Sobre las ciudades. Ciudadades que inventamos, ciudadades que nos inventan

Nunca he estado tan cerca de Egipto como en Madrid (vivía a unos minutos del templo de Debod, monumento simbólico a la rapiña europea erigido durante el franquismo), salvo quizá por la vez que --tras horas de espera y un enconado pelito que sellaría mi definitiva amistad con Miguel-- tuve en Chapultepec conciencia por primera vez de cómo los templos egipcios se relacionaban con su entorno de manera sorprendente e inseparable (sic).

En cambio, Europa existe en la mente de todo latinoamericano mucho antes de que la pisemos. Incluso, si nunca viajamos a ella (a veces pienso que no debería ir nunca  a París, sólo para no romper con la minuciosa perfección del mapa mental y literario que de ella tengo, con toda su suciedad y su dureza). Europa es la patria de los autores que leemos de niños (los Grimm, Perrault, Andersen) el continente del que nos hablan en nuestras clases de historia "universal", el punto de encuentro para los autores del boom latinoamericano y los mayores artistas de toda la América Latina que cumplen devotos la máxima de no ser profetas en su tierra, a menos que lo sean antes fuera de ella.

Las ciudades de Europa parecen ser las flores que la niña homónima, raptada por el mítico Zeus, transformado en toro seductor, colocaba en su ancho cuello y en sus cuernos, mientras huía por regiones extrañas. Desde entonces, las ciudades europeas quedan ancladas en la intemporalidad del mito, para cumplir con su destino referencial, asociado a sucesos posibles de localizar en diferentes regiones, donde la cuenca del Mediterráneo se destaca de manera importante. Atenas, Palmira, Salamina o Troya son nombres llenos de contenido que suscitan la curiosidad de saber cómo eran sus muros, cómo la traza de sus contornos y las costumbres de quienes las habitaron, pero sobre todo cómo atestiguaron sus pasiones y creencias. Sólo el poder de la antigua Bizancio, transformada en Constantinopla y hoy llamada Estambul, desde siempre hilvanada de puentes que atan a Asia con Europa, pudo definir el límite, en ocasiones imperceptible, entre Oriente y Occidente. Sus mezquitas, basílicas y sinagogas convocan las diferentes creencias en un solo Dios revelado, con el aroma de sus rezos, el sacro ropaje de sus liturgias y el coro políglota de sus voces irreconciliables.

Amsterdam, vibrante ciudad cosmopolita del norte cuyos museos muestran las rúbricas originales de Rubens, Rembrandt y Van Gogh, y cuyas fachadas variopintas al delinearse en sus aguas encanaladas dejan ver su otro rostro extendido entre calles peatonales, terrazas y sus ochenta puentes, con sus tulipanes escasos de luz que de todos modos iluminan (Ivo)1 es interrogada a través de sus luces nocturnas por su alma (Salinas).

Atenas, madre de Occidente, posa en el otro extremo sobre el Mediterráneo, donde el cielo es omnipresente y una multitud de restos mortales vive y reina (Palamás).3 En Barcelona la primavera evoca el recuerdo ya lejano de alguna pareja que pudo ser de tres, perdida en los recodos asoleados de la ciudad y la nostalgia de una época feliz que ahora en el presente los avatares de la industrialización ponen en evidencia que todo era ilusión (Gil de Biedma).4 Berlín es otra en primavera, cuando todos cantan, porque en invierno cierra el rostro para que no se le hiele el alma. Pero al llegar esta juventud primaveral, se inicia al mismo tiempo su envejecimiento (Castillo).
Al describir aflora el tedio y en ese mismo acto la ciudad se va agotando como si no hubiera nada (Kunert), donde no ha cambiado nada ni nada importante ha sido construido desde la época del rey de Prusia (Larbaud),7 ciudad llena de perrunos amantes y lealtad canina (Swaanswijk).8

Al centro, Madrid, capital desde comienzos del xvii, sabe guardar en sus entrañas de catástrofe y gloria el germen de su futuro hasta en los momentos de su terrible aurora cuando el poeta quiere ayudarla a dar a luz (Alberti).9 También momentos opuestos de catástrofe y gloria forman las entrañas de esta ciudad a la que se le canta en la imposibilidad de aplacarla con fuego para declararle la pertenencia como a la casa, como a la existencia (Hernández).10

En Portugal, su capital Lisboa es la ciudad de la infancia, incitadora del recuerdo triste y alegre, que formula una pregunta crucial al poeta que, ante el tiempo, se cuestiona si es el mismo que aquí vivió y aquí volvió (Alvaro de Campos).11

Praga, la ciudad de Kafka, se mira en el espejo que a diario le ofrece el Vitava para que contemple su belleza mezcla de barroco, gótico y las fachadas románicas que parecen hablar con muchas voces que quisieran ser escuchadas para siempre (Flores),12 sin que por eso el horror deje de rondar su monumentalidad oxidada y sus palacios sin reyes, lo mismo que el recuerdo de la identidad asediada, la lengua, la etnia, ser judío, vivir en Praga, escribir en alemán (Vázquez).13
Moscú, castigada como la Babilonia del XX por su opción bolchevique, es contemplada en invierno en los meandros del Moscovia, la calle Gorki a las seis de la tarde, el Bolshoi, el monumento a Pushkin, mientras se olvida el tiempo y la memoria (Bustamante).14

(Los fragmentos pertenecen a "Europa en el mapa poético de sus ciudades", de Miguel Arnulfo Ángel en la Revista Casa del Tiempo, marzo de 2005.


Notas
 1"La noche en Amsterdam", en Ledo Ivo, Las islas inacabadas, traducción de Maricela Terán, México, UAM, 1985. 
 2"Amsterdam", en Pedro Salinas, Poesías completas, Barcelona, Barral, 1975.
 3"Atenas", Kostis Palamás, en Carmen Chuaqui, Poesía griega moderna, México, UAM (Cultura Universtaria, 35), 1986.
 4"Barcelona ya no es Bona o mi paseo solitario en primavera", en Jaime Gil de Biedma, Poesía española contemporánea (1930-1980), Madrid, Alhambra, 1989. 
 5"En Berlín la primavera llega", Otto René Castillo, en Mario Benedetti, Poesía trunca, La Habana, Casa de las Américas, 1977.
 6"Berlín", Gunter Kunert, en Homero Aridjis, Antología del festival de poesía de México, México, El Tucán de Virginia, 1988.
 7"VIII, Berlín", en Valery Larbaud, Obras escogidas de A. O. Barnabooth, traducción de Ulalume González de León, México, Vuelta (El Gabinete Literario), 1987.
 8"Gross-Berlín, 1956", Swaanswijk Lubertus Jacobus, en Francisco Carrasguer, Selección de poesía universal, Barcelona, Plaza y Janés, 1978.
9"Madrid-otoño", en Rafael Alberti, El poeta en la calle, Barcelona, Seix Barral, 1978. Voces..., p. 431.
 10"Madrid", Miguel Hernández, en Juan Marinello, Miguel Hernández, México, Presencia Latinoamericana, 1981. Voces..., p. 434.
11"Lisbon revisited", Alvaro de Campos, en Fernando Pessoa, El poeta es un fingidor, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1982. Voces..., p. 408. 
12"Fronda rumor de Praga", en Miguel Ángel Flores, De sombra de vida, México, UAM (Molinos de Viento), 1987. Voces..., p. 471. 
 13Praga (1982), Manuel Vázquez Montalbán, Barcelona, Ocnos, 1982. Voces..., p. 472.
14"Moscovia", en Jorge Bustamante, Panorama inédito de la nueva poesía colombiana, Medellín, Nueva Biblioteca Colombiana, 1986. Voces..., p. 440. 

Portugal, mi casa, o ángeles portugueses

Para mí los países son siempre, antes quizá que sus paisajes, su clima o su idioma, su gente. Cuando pienso en India lo primero que me viene a la mente es la gente anónima con la que, aún sin podernos comunicar del todo, tuve algún contacto, que me adoptaron como parte de su familia o me prestaron cambio para mi chai.

En Portugal, la gente me deslumbró tanto como el país. Aquí tuve la suerte de encontrarme con varios ángeles que me abrieron las puertas de sus casas y de su corazón. En Portugal tuve el privilegio de descubrir la inexistencia de la barrera idiomática: mis ángeles me hablaron todo el tiempo en portugués (bueno, Sérgio y Teresa a veces, sobre todo por teléfono, en español) y yo les respondía en mi español mexicano donde muchas de las consonantes suenan más como en el portugués de Portugal que como en el español de España.

Portugal es un lugar perfecto para viajeras solas. Esta chica y yo nos encontramos en varios puntos de Lisboa a lo largo de una noche nunca demasiado oscura gracias a la prodigiosa iluminación de diversos barrios.

En la calle mi Eu nao falo português  --que se fue completando con una sonrisa de ambas partes y un um pouquinho cómplice-- sumado a mi español deliberadamente lento provocaba la sonrisa de los meseros y tenderas y me generaba la doble simpatía de hacerles saber que a) no era española y b) tenía respeto por su lengua.

Los cafés portugueses son un alucine. Visitados sobre todo por gente mayor durante la mañana, en todos encontré pasteles y bocadillos deliciosos y terminé haciéndome fan del expresso. Desde el famoso A Brasileira, frecuentado por Pessoa, hasta los más anónimos, bien vale la pena parar en ellos.
En el parque de Serafina un guardia puso monedas en el telescopio para que yo pudiera mirar Lisboa desde las alturas y trató de responder a todas mis preguntas como mejor pudo. Me dijo que para él era muy importante que yo me llevara una buena impresión de Portugal, porque no los visitan muchos mexicanos. Sobra decir que cumplió su objetivo con creces.

Primavera en Serafina

 En Porto conocí a una mujer que trabajaba en un museo de Lisboa y me regaló su tarjeta con una nota escrita al reverso para el guardia: "dé un boleto de entrada a esta señorita", decía. Y aunque mi tiempo de vuelta en Lisboa fue insuficiente para ir al museo, aún guardo la tarjeta y espero que la madre enferma de la mujer esté hoy mejor. También en Porto me divertí mucho desconcertando a la gente con mi nacionalidad: nadie la adivinaba a primera vista, y al oír mi respuesta repetían con su cadencia suave: "Ah, Meshico, meshicana". ¿Por qué en Portugal el nombre de México conserva el sonido de "sh" que supuestamente tenía entre los mexicas y los sordos conquistadores españoles nunca supieron escuchar? Lo ignoro, pero me encantó.

Las ventanas en Porto, un espectáculo hipnotizante para quienes como yo gustamos de adivinar el interior por el exterior.

 Portugal es hoy, junto con México y la parte catalana de España, uno de mis países favoritos en el mundo, una tierra a a donde me veo volviendo una y otra vez, un lugar que, pese a sus bemoles, podría llamar mi hogar cualquier día de estos.

Más misteriosa y oscura que Lisboa, Porto también me encantó. Aún no puedo decidir cuál de las dos ciudades me gustó más.


Gracias por ese regalo amigos. En orden cronológico:   

 
 
Luis y Bruno, artífices del mejor bacalao que he probado en mi vida y protagonistas de mis desmañanadas en Benfica.


Sérgio R. mi guía y gran amigo, quien me confirmó que unas pocas horas pueden bastar para crear una amistad eterna.

Pedro y amigos, por hacerme sentir totalmente en mi casa portuguesa, por el café junto al mar y por esa noche de copas en Porto. En su casa me sentí tan bienvenida que incluso olvidé documentar el encuentro y no tengo fotos suyas.


Teresa, el otro Sérgio, Vania y Goa (the love dog) por el intenso fin de semana bajo la lluvia y el sol suaves de Lisboa.
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Notas al pie:


Amiga Adriana Del Moral, és muito querida por teres partilhado no teu mural uma foto da minha pessoa. Esta nem está mal, porque tu até entendes de fotografia. Ponho com todo o gosto porque não estou assim tão mal.

A história é simples. Estava num café em Benfica com uma amiga a tomar um café, seria 9 da manhã. Vejo e escuto um sotaque que me é familiar, e vejo a Adriana a perguntar informações. Vi que espanhola não seria porque sei muito bem diferenciar quase todos os sotaques hispânicos.


Ajudei-a prontamente a ser seu cicerone. Levei-a à embaixada do México, em Monsanto, onde falou com a representante cultural, onde Adriana apresentou alguns dos seus projectos. De seguida fomos dar uma volta ao parque da Serafina que tem uma bela paisagem de Lisboa. Como ía para o Porto apanhou o autocarro na Rede Expresso, em Sete-Rios.


Quando regressou na segunda-feira, fomos jantar, dormiu em minha casa. Na manhã seguinte, conduzia até Santa Apolónia onde ficou mais uns dias em casa de uns amigos. Conclusão: fiquei com uma amiga para sempre.


Quando quiser ir à cidade do México, tenho casa, comida e dormida. Moral da estória: Tu colhes o que semeias.

 

La Pá

Baja California Sur es casi como una isla: rodeada por el mar en tres extremos, y separada del resto de la península por un desierto.  La Paz, capital bohemia y apacible de playas deslumbrantes me enamoró a primera vista y me sigue persiguiendo en sueños la idea de mudarme allá y vivir cerca del mar.