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Auroville

Hablar de Auroville es una cosa complicada. Por decir algo, diré que Auroville es un sueño tratando de volverse realidad, pero el problema es que no solo es un sueño, sino muchos sueños conviviendo en el mismo espacio: el sueño de usar sólo electricidad generada por celdas solares o molinos de viento; el sueño de cooperativas de artesanos que comercien sus artículos por precio justo; el sueño de indios tamil de tener una mejor vida; el sueño de hacer convertir tierra árida en bosque; el sueño de muchos europeos de vivir en un lugar con más libertades y menor costo de vida; el sueño de construir un edificio basado en las visiones de una mística... Por decir otra cosa diré, muy en idioma de brigadista, que Auroville es un otro mundo, muy otro del de la Garrucha en Chiapas. Pero ya que no soy muy buena con esto de las explicaciones, prefiero hablar de la gente que aquí conocí... tal vez eso les ayude a formarse su propia idea de qué es Auroville. Si quieren datos más concretos, o una versión más clara, pueden ver la página www.auroville.org. Hiroyuki, vive en Tokyo, Japón. Estudió diseño de modas, toma fotografías con una Pentax que pesa unos cuatro kilos y trabaja en una compañía japonesa de telefonía móvil. Yanick, es francés. Ha vivido en París y otras ciudades, también ha viajado por largas temporadas a México, Canadá y otros lugares. Ahora, tras años de trabajar como ingeniero de procesos en una compañía francesa, ha decidido mudarse a Aurovilla para descubrir el trabajo que verdaderamente le satisfaga hacer. Lilo, vive en Hamburgo, Alemania. Vino a India para viajar por cinco meses. Estuvo en un ashram de Osho de Katmandú, Nepal, y volvió a Auroville para descansar antes de volver a su país. Caroline, Keri y Coren viven en Seatle, Estados Unidos y están pensando en mudarse a Auroville. Caroline es, entre otras cosas, pintora. Keri daba masajes de rehabilitación y Coren trabajaba en reforestación, entre otras multichambas difíciles de definir. Los dos últimos planean casarse (nada formal, quizá con los árboles como únicos testigos) y empezar el proceso de convertirse en aurovillianos.
Srimoyi es auroviliana de origen bengalí. Sus abuelo siguió desde el principo a Aurovindo. Vive en Auroville desde los inicios del proyecto. Ahora, su pareja es un alemán. Tiene dos hijas. Dirige la casa de huéspedes donde me quedé. Antarjyoti es de nacimiento francés, hijo de madre iraní. Desde hace 16 años vive en Auroville. Antarjyoti es su nombre de auroviliano y viene del sánscrito. Es artista. Ahora hace caligrafía y toca el arpa. Considera que meditar en Matrimandir, el llamado centro espiritual o alma de Auroville es su droga. Rosa, a ella no la conocí más que en foto y de oídas, pero vale la pena mencionarla creo yo. Es española, de Murcia para ser más concretos. Trabajó por muchos años como voluntaria en Guatemala, ayudando a buscar cuerpos de las víctimas del tremendo geneocidio de los años 80 (y posteriores). Umesh es indio, trabaja en Bangalore como ingeniero en computación. Vino a Auroville de vacaciones.
Fotos: En la del arbol aparece Keri acomodando unas galletas que una noche pintamos ella Coren, Caroline y yo. La foto la tomo Caroline Rockey.
Las dos donde aparezco yo las tomo Umesh. Las dos son en la casa de huespedes donde me quede. El hombre con el que aparezco en una de ellas es Yannick, que me termino adoptando casi como su hija y me llevo varias veces en su bici por los enredados caminos de Auroville. Si puedo luego subo las fotos que yo tome...
Si uno conoce semejantes personajazos en India es porque, quizá, uno mismo es un personajazo. ¿Ustedes que creeen? ¿Encajaba bien en la comunidad de raros internacionales? ;)

Pondicherry, pequeña Francia en India

Tras el shock de Chennai, y ansiando cambiar de aires, huí a Pondicherry, ex colonia francesa a unas cuatro horas de Chennai. La carretera en sí misma fue un cambio agradable: en cuanto sales del paisaje estrecho y amontonado de la ciudad, empiezas a ver campos, y después de un rato, el mar. De hecho, en un punto del camino hay una enorme mina de sal o salina, donde secan el agua salada para extraer la sal. La vista es hermosa: cuadros de arena donde el agua se seca al sol se alternan con pilas blancas de sal en un extenso llano. Pondicherry tiene aún hoy día una gran influencia francesa: hay un gran jardín en el centro, algunos edificios de arquitectura francesa, y, si los sabes encontrar, hay barrios completos que parecen franceses, por la arquitectura y la profusión de árboles y flores que los adornan. Pero no sólo eso, sino que también en las calles puedes escuchar franceses hablando su idioma; hay un Liceo francés e institutos y oficinas financiadas por Francia. En Pondicherry me sorprendió la influencia de un gran maestro, Sri Aurobindo. Aurovindo era bengalí, fue contemporáneo de Gandhi y al igual que él realizó estudios en Inglaterra y después hizo activismo por la independencia en India. Sin embargo, Aurovindo, a diferencia de Gandhi, se apartó de la vida política varios años antes de que se fueran los ingleses. De hecho, Aurovindo llegó a Pondicherry huyendo de la persecución de los ingleses y con el tiempo se fundó ahí su ashram (literalmente quiere decir la casa donde un maestro alberga a sus discípulos). Aunque Aurovindo murió hace más de 50 años, el ashram posee hoy unos 400 edificios en la ciudad y gente de toda India y de varios países del mundo trabaja en el él o viene a visitarlo. Además de casas de huéspedes, el ashram posee librerías, granjas, talleres de ropa, escuelas, una imprenta y muchas otras cosas que fueron creadas para satisfacer las necesidades de los discípulos y visitantes. La discípula más importante de Aurovindo fue una mujer francesa de origen turco-egipcio llamada la Madre. A la muerte de Aurovindo fue la encargada de dirigir la administración y organización del ashram, y también fundó una aldea internacional basada en los principios filosóficos de Aurovindo de que la humanidad debía buscar en paz sin diferencias de credo u origen nacional. Esa aldea se llama Auroville, y fue mi siguiente parada en el viaje.

Nataraja y Vishnu

Si te quedas lo suficiente en Chennai, puedes descubrir su lado amable, como por ejemplo, los museos.

Chennai: cuando las grandes ciudades nos patean

Las paradojas de ser chilanga: a pesar de vivir en la ciudad más grande del mundo (o precisamente por eso) odio las metrópolis monstruo con el ruido, el caos y las multitudes que entrañan. Y sin embargo, creo que esas ciudades gigantes nos enredan en una relación de odio-amor de la que es difícil escapar: por un lado odias el tráfico, la suciedad y el hacinamiento, pero por otro lado no puedes irte porque en la gran metrópoli encuentras escuelas, empleos, transporte, centros culturales y un montón de cosas más que difícilmente hay en una ciudad más pequeña, más hecha a la media del ser humano y no de las cosas.
Para mí el contraste entre Panjim, en Goa, que es una ciudad caminable, limpia y hermosa; y Chennai, que es un vibrante y escandaloso amasijo de calles, motocicletas, camiones sin vidrios en las ventanas (el calor los hace innecesarios y hasta ridículos), polvo y mulitudes; fue insoportable.